El goce que empieza con las velitas y termina con la muerte de Joselito

Los orígenes de la música que ambienta el Carnaval de Barranquilla son analizados por el Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el Caribe. Preparan coloquio sobre el tema.

Por alianza El Heraldo – Universidad Simón Bolívar

Las famosas cuatro fiestas de las que habla la canción del mismo nombre compuesta por Adolfo Echeverría e interpretada originalmente por Nury Borrás, tienen una conexión directa con los orígenes de la música carnestoléndica.

Desde la primera de esas festividades, la del 8 de diciembre, celebrada en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción, se alude al movimiento de embarcaciones en el río Magdalena, como medio de transporte y de intercambio cultural entre las poblaciones de la región, tal como sucede con la música raizal del Carnaval, esa que a propios y extraños les lleva a pensar en la proximidad de esa fiesta.

Investigaciones del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el Caribe, de la Universidad Simón Bolívar, dan cuenta de que, en efecto, Barranquilla viene a ser punto de encuentro de toda la música de la Costa. Según Jairo Solano Alonso, doctor en Historia de América, “de toda la zona del río procede la cumbia, los cantos al caimán que de alguna manera identifican en el mundo a Barranquilla; de allí vienen descendiendo los ritmos musicales, el chandé, el pajarito, etc.; llegan también los del lado de la sabana, el vallenato, entre otros, y todo se va encontrando en el Carnaval”.

Regiones aledañas al río y la depresión momposina como Tamalameque, Barranco de Loba, San Martín, Altos del Rosario se expresan particularmente a través de la tambora, como lo ha citado Guillermo Carbó Ronderos en sus investigaciones Tambora I y Tambora II.

La tambora está unida estrechamente al baile cantado y es tan decisiva que no solo presta su nombre a la fiesta en sí, sino también a la agrupación que interpreta esta música, conformada por un coro que actúa a la usanza africana en tanto sus miembros responden en una estructura de antífona religiosa. Ese mismo autor ha destacado el carácter religioso de esta música, lo que puede interpretarse en el marco de las licencias que los españoles concedían a sus súbditos en las celebraciones patronales, la más explosiva de las cuales era el Carnaval, pero igual importancia tenían las fiestas de la Candelaria de Cartagena o San Sebastián el 20 de Enero.

“Desde el siglo 19, se encuentran los pitos y tambores en la calle, y esa es otra de las características del Carnaval, que tiene la calle como su escenario natural, inicialmente era el Camellón Abello, que llegó a llamarse Paseo Bolívar. Pero en todo el común denominador era y es la música”.

Solano añade que de los ritmos reconocidos y aceptados por los carnavaleros renuentes a desaparecer por fenómenos tales como el consumismo, hay una preferencia colectiva por viejos porros y fandangos interpretados por orquestas incluso de los años cincuenta y sesenta, de intérpretes de la Costa centralizados entonces en Cartagena: Rufo Garrido, Pedro Laza, Pedro Salcedo, Clímaco Sarmiento, Simón Mendoza, Pello Torres, Pianeta Pitalúa, Antolín Lenes, y que defendían “la ortodoxia de la heredad musical con un formato que evocaba la banda sabanera”.

También establece que, con algunas variaciones, los músicos radicados en Barranquilla pugnaban por algunas innovaciones como el merecumbé, el chiquichá, el jalaíto y el tuqui- tuqui  conservan la temática picaresca y festiva que es común a todos, con diferencias en calidad y formato.

Y precisamente sobre el consumismo y los nuevos sonidos musicales, el experto anota que afortunadamente el Carnaval es una festividad que soporta todos los cambios. “Todos los ritmos han pasado pero permanece la cumbia, el chandé, los porros, que prácticamente desde diciembre están sonando. Puede existir la champeta, la salsa, el merengue, en fin; pero si te das cuenta todo pasa y eso queda, es ese sustrato, una base rítmica. Las demás modas las aceptamos porque el barranquillero es innovador, inventa pases, formas de bailar, pero siempre existe la base raizal del río, de la sabana y del Magdalena grande”.

En la economía. El Carnaval es también es analizado por los investigadores como un fenómeno económico: En una ciudad donde a pesar de haber sido la cuna del a industria y la innovación, hay una gran informalidad.

Por eso –indican–, debe analizarse desde diversos planos, por una parte constituye una oportunidad para hoteleros, empresarios artísticos, artesanos gestores de disfraces y carrozas, para fábricas de licores y alimentos, pero también para músicos y artistas de la región y del exterior, que ven en la magna fiesta una vitrina para sus creaciones.

Asimismo para el vendedor de la calle, para quien ofrece atuendos festivos, y también para quienes producen las delicias gastronómicas de esta tierra que encuentran en las carnestolendas una opción y un motivo para resistir e insistir en la alegría como parábola vital de los habitantes del Caribe colombiano, que no pueden ser asediados por normatividades exógenas ajenas a la esencia pacífica de nuestros habitantes que desde el siglo XIX, hicieron de la calle y el bordillo el escenario básico de su Carnaval.

 

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